Nos comentaron en uno de esos bares un tanto apolillados que hay en Buenos Aires, que el 21 de Julio fue el Día Internacional del Perro. Sabíamos del 7 de junio: Día Nacional del Perro.

Debido a las cercanías de las fechas, tarde pero seguro, celebramos internacionalmente la jornada mundial del perro y nos abocamos a la lectura de novelas e historias que tienen a perros como protagonistas:

1- “Niebla”, de Miguel de Unamuno: Su autor denominó a esta novela como “nivula”. Escrita en 1904 y publicada en 1914, Niebla narra la historia de Augusto, joven y rico, que parece un poco perdido en la vida hasta el límite de pensar en el suicidio. Pero antes, decide ir a Salamanca a ver a Don Miguel de Unamuno. En su visita, el escritor le dice a Augusto que no existe, que sólo es un personaje de ficción en su libro y que está destinado a morirse, no a suicidarse. Augusto discute con Don Miguel, quien juega el papel de Dios en la vida del personaje como autor del libro, y le suplica que no lo mate. Augusto vuelve a su casa muy confundido y allí se muere al lado de su perro Orfeo, quien le dedica la oración fúnebre final de la novela.

niebla

2- “Tombuctú”, de Paul Auster: Novela que narra la vida de Mister Bones, perro vagabundo de raza indefinida, que no habla inglés, pero tantos años escuchando el torrente verbal de su amo han hecho que lo comprenda a la perfección, y que pueda interpretar el mundo con una sensibilidad muy canina y una sintaxis muy humana. Ha vivido desde cachorro con William Gurevitch, un vagabundo, un poeta errante, un excéntrico superviviente de las revoluciones de los sesenta. Juntos recorrieron América, sobrevivieron a duros inviernos en Brooklyn y ahora están en Baltimore, viviendo la que quizá sea su última aventura en común.

Tombucutu

3- “Odisea”, de Homero: En el final de, aún, la más extraordinaria historia de Occidente, Odiser finalmente encuentra el camino de regreso a Itaca. Pero los entramados políticos que se tejieron en torno a su regreso no le permiten entrar directamente a la ciudad. Por eso, Odiseo “fecundo en ardides” decide entrar disfrazado como un vagabundo a la ciudad y así evitar ser reconocido hasta que viera como el panorama. Pero al ingresas a la ciudad, ¿quién piensan que lo reconoció? Su fiel compañero Argos. No puede Odiseo responder a la fiesta que le hace su perro porque sino se develaría su identidad, y lo ignora. Argos no puede soportar la indiferencia de su amo y muere de tristeza.

la_odisea